Esta tarde



Hay tardes así.
Me urge terminar una pàgina
pero me distrae una hormiga
errante y salida de cauce,
¿raro, no? ,
que trepa por el filo, justo, de mi ventana

domingo, 11 de febrero de 2007

Otra historia

Cada día de mi vida

por Ana Elía

11 de febrero de 2007

A Edgardo, quien me regaló la idea desnuda
y generosamente me dejo vestirla.


… “Lo absurdo es la razón lúcida que comprueba sus límites”
A Camus

…soñaba con ”la justicia, el progreso, la libertad, la independencia, el derecho de los pueblos a la autodeterminación, la integración latinoamericana, para cumplir los sueños de Bolívar, Martí y el Che Guevara»...
No sabía con precisión la hora, el cuarto estaba oscuro y la colilla del último cigarrillo a medio fumar se consumía en el cenicero que en ese momento se le antojó desconocido. Hacía calor .No era raro, febrero se trepaba despiadado a las paredes, supuso que el asfalto estaría pegajoso y que esa misma viscosidad caliente subía por los edificios. Había leído la noticia del accidente en el que murió la ministra de defensa ecuatoriana desde la pantalla del monitor. Una soñadora menos – se dijo.. La angustia de sueños muertos le atrapó la garganta. Se le habían muerto los sueños o ¿los había callado? En todo caso .¿cuál era al diferencia? Ya no latían ni lo empujaban a la vida.
Tengo sed, pensó_ como si la sola sensación no bastara y necesitara ser racionalizada. El agua de la jarra estaba caliente, no se molestó en agregarle cubitos, ni siquiera sabía si había, era probable que las cubeteras estuvieran vacías en la pileta de la cocina, mezcladas con algún plato de los que últimamente no lavaba. Mientras bebía leyó que la multinacional Barrick Gold amenazaba con destruir los glaciares andinos en Chile para extraer el oro de Pascua Lama lo que, por supuesto, provocaba la fuerte oposición de los chilenos y se acordó de las palabras de un amigo al que hacía tiempo que no veía ( había perdido la costumbre del café compartido y demorado en algún bar)…” en este mundo restante o tercero, apostamos al pensamiento mediterráneo. Aún confiamos en Prometeo”.
La figura trágica de Prometeo, rebelde frente a la injusticia, Prometeo robando el fuego a los dioses para entregarlo a sus criaturas, encadenado y liberado. Él _Prometeo, escuchando treinta años atrás…”Es también nuestra intención erradicar la corrupción, ofreciendo como norma la honestidad, la idoneidad y al eficiencia…” Podía recordar la bronca casi con la misma intensidad con que la sintió entonces, así como se olvidan los dolores del cuerpo y es imposible revivirlos, es suficiente una sencilla apelación y los del alma, vuelven. Aquella fue una época de sentimientos encontrados :la lucha desde la clandestinidad, la fuerza descomunal, el miedo que se instalaba en cada trozo de piel y el amor resolviendo todo en abrazos interminables o urgentes, en sexo redentor, en un hijo gestado en esas noches, tal vez en afán loco por sobrevivir.
Cuando volvieron de Madrid después del destierro, pasaron muchas cosas. Miró la foto, siempre la había conservado enmarcada en la madera de calidad dudosa de un portarretrato que había deambulado con él, y que ahora estaba entre una pila de libros. Nora tenía ese abrigo rojo y el gorro tejido y miraba, ¿Lo miraba? ¿Qué miraba? Desde el centro de la Plaza Mayor, el pesebre le había traído la nostalgia de la Navidad tibia de Buenos Aires. Tenemos que volver, le había dicho.
No fue fácil volver, mejor dicho no fue fácil reencontrarse con el país, había ausencias que no compensaban otras presencias, padres envejecidos, dos hijos que no reconocían las calles porteñas y a los que les costó familiarizarse con el empedrado de San Telmo.
A pesar de todo, se pudo. Había luchas que continuar, memoria que conservar, palabras para decir y duraban los abrazos y el ardor. Había fuego para robar y repartir.
Se quitó los anteojos que usaba desde hacía años, y se pasó la mano por la frente. Casi voltea el vaso con agua que había preparado la noche anterior para tomar las pastillas que le ayudaban a conciliar el sueño, finalmente se había decidido por el insomnio. A veces prefería no despertar y para eso la estrategia era una sola, no dormir.
No podía precisar desde cuando el amor se terminó. Un día cualquiera se encontró despidiéndose “civilizadamente” de su mujer, buscando un lugar dónde ubicar su vida , acompañando a sus hijos a Ezeiza, volvían a una España que les prometía trabajo.
Solo, ocupado en la librería que heredó del padre y pudo mantener y con algunas ráfagas de amor que le entibiaban las sábanas, era un tipo como tantos en un país que se plegaba en dos, los que podían y los que no, comer, estudiar, viajar, Tenía días como el de hoy, en el que pocas cosas tenían sentido, por no decir ninguna, pensó, mientras se acariciaba la barba de tres jornadas. No me comerán el hígado, se prometió. Llamaré a Santiago, lo invitaré a cenar, prepararé algo aquí y charlaremos hasta la madrugada. Mientras marcaba el número de teléfono del amigo incondicional, planificaba poner en orden el departamento. _No puedo, tengo cosas, disculpá_ la voz sonó indiferente y apurada.
Colgó. Y Sintió que no había nada, sólo él y su vida. ¿Valía la pena? Eso, su vida.
¿Qué razones había para vivir? El cuarto estaba sumido en una oscuridad diferente, afuera debía estar anocheciendo. El calor era igual de agobiante.
Las razones que sirven para vivir se convierten en motivo para morir por ellas, sonrió, pensando en las largas discusiones sostenidas con Nora en torno del pensamiento de Camus Uno sigue haciendo los gestos que ordena la existencia por muchas razones, la primera de las cuales es la costumbre, el fragmento de Sísifo le volvió, textual, a la memoria. Entonces, uno tiene la costumbre de vivir .Es por eso que responde al llamado, que siempre le pareció insolente, del despertador. Después, la mueca de un saludo, la inaugural inmersión en un debate de adverbios: ahora, ya, rápido, enseguida. El ritmo alienante, la materia del día Y, al final, la búsqueda de un residuo entre las manos. Otra vez la sonrisa amarga. Esas últimas palabras pertenecían a un viejo amague de poesía, escrita cuando esas veleidades suyas de poeta urbano (encima trasnochado) eran la buena excusa para compartir un tinto, en el extremo de la mesa de la que había sido desalojado rápidamente el mantel. Ella siempre lo escuchaba. Era una razón. El recuerdo de ella escuchándolo era otra razón. Una para la vida, la otra, ¿o la misma? para la muerte.
Repentinamente sintió el desorden No el del cuarto. El otro. El del mundo haciéndose añicos. El de su universo estallando extrañamente. Ya no podía conciliar la esperanza con el reclamo del que era testigo cada día, menos aún con los discursos.
Se había vaciado de fuego, suceso extraño para quien sentía que la frente ardía. Abrió postigos y ventanas, subieron las luces, los sonidos y el viento, mientras él tomó la decisión. Las pastillas servirían. Se aseguró de preparar la dosis justa, la dejó al lado de un par de anteojos rotos de los que nunca se había deshecho, sobre la mesa de luz. También serviría el vaso de agua tibia.
No sería un suicida torpe, oficiaría el suicidio como un rito, ¿de dónde venía eso? entonces debía escribir. ¿A quién?
Alguien lo leería, aunque más no fuera para satisfacer la morbosa curiosidad que se siente frente a los que decidieron su muerte, como si los muertos de muerte involuntaria no tuvieran secretos.
Se acomodó frente al teclado, comprobó que en la impresora quedaban hojas

“Quiero que sepan que, en términos generales sentí pasión y placer por mis actos y que los que devinieron en dolores fueron siempre, inicialmente, apasionados y placenteros, lo contrario sería estúpido
Puesto a mirar mi vida, desde el presagio de mi muerte, puedo inventariar los ojos celestes de mi abuela ,la serenidad, hasta ahora inexplicable, de mi papá, la obstinada forma de quererme a contramano que tenia mi vieja, la fórmula mágica con que cada noche nos despedíamos con mi hermano antes de acostarnos , en síntesis puedo volver a mi memoria cada día de una infancia caminada a destajo, pero feliz.” Se río, recordó los pies desnudos de los dos, Nicolás era menor, intentando romper un arco iris raquítico alojado en un charquito porteño, también exiguo después de una lluvia de verano
Siguió.” Supe del amor, de ése que hace doler la panza y que definido desde lo humano tal vez sea una entelequia ¿y eso qué? Yo sé que es. Y porque amé así, anda mi vida sobrevivida en dos, por ahí, en el mundo.” Otra vez se detuvo. Qué harían a esa hora los chicos? Uno, seguramente, despertando para llevar los hijos a la escuela. Casi volvió a escuchar la voz de Joaquín al teléfono_ Oye, abuelo, ¿Cuándo te vienes? Era bonito el mocoso. Todos decían que se le parecía.
El otro casi saliendo para USA, hacia donde había sido trasladado. _ Che, viejo por lo menos ya no nos separará el charco. le había dicho.
No volvería a interrumpir la escritura: “Soy responsable por cada día de mi vida. Los buenos me dieron fuerzas y los malos, a veces, también”
Firmó.
Imprimió la carta.
Se acercó a la cama: estiró las sábanas, se quitó el short, se tendió perezosamente. Sentía sueño. Se acomodó de costado. Abrazó la almohada. A las siete sonará el despertador –pensó. Y se tapó, había refrescado.
No pudo dormirse. Los visitantes fantasmales. previos al sueño, comenzaron a llegar. Lautremont, Artaud.
Recordó un texto que ocasionalmente cayo en sus manos días atrás. De Michel Serres sobre Michel Foucault.
“Esta Historia de la locura es pues, de hecho, una historia de las ideas. Es reencontrada en el espejo del microcosmos del asilo, desfigurado, ciertamente, silencioso y patético, pero rigurosamente ordenado en virtud de las inversiones que ya conocemos. Y este espejo alucinante no abre de ninguna manera el espacio de las imágenes virtuales, descubre el terreno original de las tendencias culturales, lo que late olvidado de las obras humanas. Érase una vez un país llamado Erehwon. En esta extravagante comarca son cuidados los criminales, los enfermos son juzgados y, a menudo, condenados. Allí está el infierno de la inocencia. Su nombre, extrañamente invertido, significa, para quien rehúsa comprender, ninguna parte. Ninguna parte, o del otro lado de las montañas.”
Se durmió. Dormir es morir un poco. Y mañana vivir, vivir obstinadamente de este lado de las montañas.



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1 comentario:

Edgardo dijo...

La poesía habla de hechos esenciales. El diálogo profundo permite recoger sentimientos esenciales. Es preciso tan poco y tanto al mismo tiempo para que ello ocurra. Este esqueleto que decís te regalé lo siento tan pequeño frente a tu prosa. Y por otra parte siento que refleja algo más que algunas palabras. Percibo una lectura maravillosamente profunda de cierto sentido de la vida que identifica a no muchas personas, talvez, pero seguramente a las que mantienen la señal que solo pueden ver quienes la llevan. Esperé un tiempo para este comentario. Leerte nuevamente me emocionó.