Esta tarde



Hay tardes así.
Me urge terminar una pàgina
pero me distrae una hormiga
errante y salida de cauce,
¿raro, no? ,
que trepa por el filo, justo, de mi ventana

miércoles, 7 de marzo de 2007

EL BALCÖN

Era impresionista la sensación o era redundante pensar en una sensación impresionista? Otra vez enredándome en juegos de palabras-_pensó.
Lo que sí sabía era que la ciudad se le caía encima, había sol, era un mediodía de esos a los que el solía a calificar de “fantástico”, palabra que usaba tan habitualmente que los demás ya adivinaban y le valía más de una broma.
Cuando se apoyó en la baranda, pensó en la cantidad de vidas que transcurrían en ese extraño rompecabezas que conformaban los edificios.
Cuántos reirían? Cuántos serían felices? Cuántos llorarían? Deseó que muchos estuvieran tristes. Necesitaba la certeza de que alguien más pasaba por lo mismo que él. Pero también sabía, que cada uno era el dueño inequívoco de sus sentires.
Nunca serás feliz _ le decía su padre _ pensás mucho. Ël reía con la carcajada franca de los veinte años. Todavía no sabía que en algún momento envidiaría la simpleza de los que aman con las entrañas y acomodan el corazón a las circunstancias.
Volvió la vista hacia la mesa que guardaba los restos del almuerzo reciente. La botella de vino blanco destellaba y en los vasos todavía tintineaba la risa.
Un año antes , había escuchado su voz. Era el primer recuerdo que le trepaba a la memoria .
Había pensado en que era voz de acunar.
Cuando la vio , le pareció que a esa rubiecita desteñida le quedaba grande la ronquera dulce , con que sólo había dicho “buen día”. Sin embargo, volvió a mirarla. Muchas tardes después la voz se enredaba en sus sábanas y le colmaba la casa.
La amó entera. Amó su delgadez que se acentuaba en el atardecer, amó sus silencios y hasta los misterios que no lo dejaban entrar a su alma.
Tuvo celos de sus extrañas desapariciones de dos o tres días de las que volvía ojerosa, amedrentada, pero más llena de caricias que nunca. más desesperada de su cuerpo y más necesitada de sus abrazos. No preguntaba. Le bastaba la fragilidad diluyéndose en el sexo casi desesperado.
Hubo tardes enteras de lecturas compartidas, trasnochadas sesiones de cines, amaneceres de charlas, gestos buscándose a oscuras y en la luz.
Había, en fin, la vida.
Ese domingo, ella regresaba de una de esas ausencias. Él había preparado un pollo con ananá, el primer plato que habían compartido cuando ya habían decidido que vivirían juntos “para siempre”. Y había preparado un discursito, le diría que por fin esa voz de canciones de cuna debía ser escuchada por el hijo de ambos, No sabía en qué momento de la noche desvelada del sábado se le había ocurrido eso. Quería un hijo.
Había saboreado de antemano la emoción de ella, tal vez estaba esperando, con esa mansedumbre suya, que a él le urgiera prolongar el amor en vida.
Y cuando la vio tomar el primer sorbo del vino, se lo dijo. Primero vio lágrimas, y pensó, _tenía razón. Después la vio hurgar en el bolso gastado, que se empeñaba en usar siempre, y extenderle un papel amarillo, no había podido terminar de leer “Instituto de radioterapia y quimio...”. Entendió lo de vino amargo, se encogió en la silla, cuando sintió el portazo. Debió correr, abrazarla, detenerla. Pero pensó.




Ana Maria Elia

No hay comentarios: