Esta tarde



Hay tardes así.
Me urge terminar una pàgina
pero me distrae una hormiga
errante y salida de cauce,
¿raro, no? ,
que trepa por el filo, justo, de mi ventana

sábado, 20 de diciembre de 2008

AÑOS Y ENCUENtROS

(Por tantas disquisiciones acerca
de fechas)

Sucede
Son precisos el tiempo y el espacio
Y entonces, acontece
La espera se disuelve en una brevedad
que sin embargo sacia
Y se funden inicio y despedida
Un recorte de la vida
Que es la vida misma
Y que terminando, anuncia .Es necesario celebrar.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Trapecio

Era perfecto. Desde su cama lo veía. Mejor dicho, desde la cama. Eso sí, bastaba con girar levemente la cabeza para que se rompiera.
Los lados que limitaban el trapecio estaban formados, tres de ellos, por el marco de la ventana y el superior por la base de la persiana, bajada hasta la mitad. Dicho así, debiera tratarse de un rectángulo, sin embargo no lo era. Lo cierto es que el plano comprendido entre ellos, ese día era gris. El gris del cielo. Lo atravesaba una línea negra ¿un cable de teléfonos?, que, curiosamente lo dividía formando otra figura igual, o parecida. Había pensado, “plano”. En realidad el espacio era tridimensional, sin embargo, visto desde allí, había perdido el volumen. Estaba perdiéndose en disquisiciones era voluminosos el cielo? ¿Era una entelequia? En todo caso era un recorte plomizo de cielo. Debajo, él lo sabía, estaba Buenos Aires. Podrían ser las nubes de Córdoba, de París, de Madrid. Pero, no. Eran de Buenos Aires. Después de mirarlo durante horas, podría distinguir ese trozo de cualquier otro, visto desde cualquier otra ventana de un departamento de un quinto piso, en un día como ése, sombrío, de cualquier lugar del mundo.
Se movió y rozó la piel tibia, pensó que pensar eso era un lugar común, pero cómo decir del calor de ese cuerpo que se deshilachaba en sueño al lado del suyo? Le buscó la sonrisa dormida con la que la vio volverse hacia el otro lado, hacía apenas una horas.
Le besó el pelo de un castaño sedoso que siempre “le hacía cosquillas en la nariz”, le dibujó el contorno de los ojos con la yema de los dedos y la escuchó ronronear con ese murmullo por el que él era capaz de dejarlo todo.

Dónde había dejado el calzoncillo? Seguramente andaría por el piso y había sido agredido por el gato que lo odiaba. Lo buscó, se lo puso y fue hasta la cocina. Como siempre la calandria, sorprendentemente citadina, andaba a los gorjeos. Se miró los brazos desnudos e inspeccionó las manchitas rojizas cercanas a las muñecas. Cuando el aroma a café lo sustrajo de los pensamientos, preparó un pocillo y se sentó en el living pequeño, encendió el equipo de música y dejó que la voz lo invadiera, el volumen la hacía apenas audible y eso le daba una intimidad de susurro a la canción, si ella estuviera despierta estaría tarareando. Sonrió.
Miró la foto. Como cada vez que lo hacía le sorprendía el parecido de los chicos con la madre, la nena un poco más rubia, es cierto, pero sus mismos ojos, el varón tenía la misma boca. Dónde estarían? No le preguntó al llegar. Tal vez ese fin de semana el padre los hubiera recogido.
Con el último sorbo de café encendió un cigarrillo y abrió la computadora. Compartían algunos archivos y podía ingresas a “Mis documentos” . Ella siempre le decía que no tenía secretos y se le había hecho costumbre guardar allí los trabajos que hacía durante los fines de semana que pasaba en el departamento. Releyó algunos mensajes locos que ella almacenaba riendo a las carcajadas y que él le dejaba cuando se iba sin poder arrancarla de la modorra en que la sumía el placer.”Nena<.Tengo unas ganas locas, con ganas de volverse cuerdas” Ése era del domingo pasado.

La había encontrado en una esquina y un aguacero repentino (otro lugar común) fue buen motivo para la charla en el café cercano.
Estoy separada hace dos años, los chicos viven conmigo, la cosa no iba más. La misma historia entre tantas.
Yo me divorcié. No tengo hijos ni tendré, no busco pareja, ando rodando de mujer en mujer y como en el tango, algún berretín se vuelve capricho obstinado y me dura un poco más. Omitió algunos datos, no le dijo que alguna vez le había costado despedirse de alguna, ni que le resultaba fácil enredarse en diálogos locos cuando las caderas eran generosas y la risa ligera. Sí le contó de su profesión de programador de sistemas, de sus viajes frecuentes al interior por razones de trabajo, de su apasionamiento por la pintura, de la pila de libros, cuya lectura completa le demandaba buen tiempo, pues las alternaba desordenadamente .Algo dijo acerca de la soledad, que no caía vencida por ningún encuentro fortuito, pero no era el caso desnudarle el alma, ahí nomás. Tiempo después le diría lo que no era, después de todo eso lo definía con más impiedad.
Seguía sonriendo cuando bajó el volumen de la música. Le palpitaba la frente. Podía recordar el tono exacto que ella había usado para hablar del recorte de su vida que le dejó conocer ese día _Lo mío no es muy interesante. Tengo un buen trabajo, dos chicos que me requieren mucho, un ex que ahora me tiene cariño, padres maravillosos que viven en la provincia y una soledad a la que no le gusta pensarse mucho. La escuchó reir por primera vez cuando agregó _Y no soy de berretines.

Ahí y entonces le conoció la costumbre de doblar, hasta que el reducido trozo de papel lo permitía, los sobrecitos vacíos de azúcar, que acomodaba prolijamente al lado del pocillo. Después, había aprendido que acometía con ese empeño otras muchas acciones, como la de llevar un registro exhaustivo de sus gastos en una lista prolija que comenzaba a sumar concienzudamente después del quince de cada mes. _Son viejas costumbres familiares, fruto de una economía que siempre nos tenia al borde del riesgo__le decía. Él sabía, no hacía falta demasiada perspicacia, que se trataba de ordenar la propia, no exenta de riesgos parecidos.

La cola del gato le rozó la pierna, lo alejó fastidiado. Le molestaba la mirada del animal. Siento que me acusa _le decía .Ella reía _De qué? Estaba seguro de que volvería a pensar en eso.

Nunca más dejaron de hablar. No mucho después empezaron a tocarse en noches enteras de insomnio que no pesaba y un buen día la cama tenía la formas de ambos y él dejaba su perfume en el placard.
Durante ése tiempo, ¿cuánto hacía? ella lo había asombrado muchas veces: cuando canturreaba en el subte o se volvía, repentinamente, para comprar un ramito de jazmines, casi siempre mustios, a los que olía con gesto concienzudo, para ponerlo, apenas unos metros después, en el bolso, dónde permanecía hasta que algún otro objeto perdido y con mayor necesidad de ser recuperado, lo volvía al exterior, amarillo, esquelético y olvidado. Cuando él la sorprendía en esas circunstancias, ella se ordenaba el cabello, intentando dar un dejo de sensatez a esas decisiones involuntarias. De nuevo la mueca de la sonrisa. Pensó que ésa última expresión podría generar un larga discusión .Ella se obstinaba en raspar la corteza de las palabras, _si hay decisión, hay voluntad, le diría. Casi podía escucharla.
Amarla fue un acto involuntario, sin embargo estaba seguro de que nunca había decidido algo con tanta fuerza.

Se incorporó a medias, el mareo matutino se le había vuelto familiar.
Se dirigió hacia el baño, se duchó y frente al espejo se miró los ojos cansados, enrojecidos por la fiebre nocturna que disimulaba siempre, y la barba de días. Evitaba afeitarse, y eludía la respuesta cuando ella le preguntaba el por qué. Justo debajo de la boca, hacia la izquierda vio la sombra rosada de otra mancha.
Volvió al dormitorio. En el pasillo lo acusaron los ojos del gato.
Ya en el cuarto bendijo el descanso profundo de la mujer. Dormía enredada en las sábanas, al amparo generoso del sueño, que sabe a liberación_ como la muerte_ pensó casi en voz alta, pero de cuya transitoriedad tenemos la certeza que nos impulsa al abandono.
Sabía que ese día ella desearía no haber despertado.
Lloraba mirando el mediodía. Lloraba cuando dejó el reloj pulsera sobre la cama.
Seguía llorando cuando abrió la ventana y de un salto rompió el trapecio gris de un cielo de domingo en Buenos Aires.

Ana. Mayo de 2004(más un largo trabajo de aceptación y modificaciones hasta el 2006).

viernes, 17 de octubre de 2008

De hipocampos y bichos caseros

De hipocampos y bichos caseros

Se estaba replanteando todo. Habría que determinar que es todo, refunfuñó por lo bajo. En realidad en lo que pensaba, a nivel de análisis casero y exento de pretensiones, era qué carajo le pasaba con ese asunto de su permanente disponibilidad en cuestiones de amor. No se malentienda, no quiere decir esto que estuviera siempre abierta a proposiciones de ningún tipo, de hombres ni de honestidades, que por otro lado no sobraban (ja!) para nada, al contrario, era tirando a hipocampo, (ya se ocuparía de remozar su conocimiento acerca del mentado bicho ), al modo, siguió pensando, de los que eran fieles hasta la estupidez.
Cuando quería, quería, así, sin medir consecuencias, hasta que las consecuencias se le hacían arrugas en las comisuras de los labios o se emberretinaban en lágrimas que le daban más bronca que alivio. Como ese día había llorado era el momento de la introspección, en términos antiguos, o el inside para decirlo de manera más acorde con el lenguaje que la asaltaba desde los medios capitalinos, tan propensos a relojearse apenas, y en el mejor de los casos. Retomando, pensemos, se dijo; y decidió enunciar una serie de preguntas y para escapar a la tentación de no contestarlas, tomo birome, un trozo de papel chiquito, no fuera cosa que se le ocurrieran demasiados interrogantes, y a la orilla de un mate que se enfriaba casi con solemnidad, como la situación lo requería, las anotó, pergeñando un test doméstico y encima pueblerino, que se empeñaría en redactar en tercera persona, como si no le estuviera destinado:
Cuántos hombres tuvo en su vida?
Enumere tres causas por las que se enojó frecuentemente con cada uno.
Haga un listado de las cosas que hizo para agradarles.
Repita, pero con las cosas que ellos hicieron para agradarle.
Qué le sugiere la palabra concesiones?

Las lágrimas no le dejaban ver el papelito que no dejó, cuando escuchó el teléfono. Se levantó apurada, tropezó y casi se cae, sin encender la luz del dormitorio, descolgó a tientas, mientras se sentaba sobre la cama masajeándose el tobillo, que daba cuenta de sus impulsos, dijo “hola” y dejó los anteojos que traía en una mano, sobre la mesa de luz, que estas haciendo? le dijo Maru , amiga del alma , un test , le contestó , del otro lado sonó la voz divertida, de inteligencia? , hizo una pausa, no, de boludez , y qué tal el resultado? , se apoyó sobre los almohadones, descalzándose para recostarse, vos sabes que soy una tipa inteligente así que el resultado está cantado, se rió y se dispuso a seguir una charla que sabía prolongada.
Anduve a mil, le decía la amiga, al final Santiago viajó por lo de la venta de aquel terreno de Río de los Sauces, y vos sabes lo quisquilloso que es con la ropa que quiere llevar, y ya se que lo tengo mal acostumbrado y todas esas cosas que me decís siempre, pero para cuando di en la tecla con las corbatas y las camisas estaba extenuada. Mientras abordaba la trabajosa rutina de encender un cigarrillo sosteniendo el tubo con la cabeza y el hombro, y sin soltar el trozo de papel, pensaba en el marido de la amiga, que había envejecido conservando la barba de siempre y arrastrando una fama de don Juan, que mantuvo a fuerza de bajar sus aspiraciones en función de mujeres, de las otras no tuvo nunca. Además, seguía Maru, quise aprovechar para hacerme tintura, cada vez me resulta más difícil un lugar para eso en la semana, cuando salgo de la empresa ya no tengo ganas y menos tiempo. Esa andanada verborrágica e ininterrumpida, le ahorraba el esfuerzo de acotar y le daba tiempo para recordar a una adolescente creativa y lúcida que proclamaba un destino de pintora mientras ensayaba retratos en carbonilla del chico del instituto de la Colon, el de barbita, viste?
Ayer llamo Sebastián, seguía con la voz engañosamente fresca y el discurso acelerado, viene el viernes, con los chicos, la madre rinde así que quieren dejarla tranquila .Encontré una vieja receta de merengues flotantes, y tendré que hacerle una torta de hojaldre a Santi que llegará rendido, y vos? Pregunto como si de pronto se acordara de su presencia al otro lado del teléfono, Cómo estás? Te envidio, no tendrás la casa llena el fin de semana, ya sé vas a salir un poco. Le causó gracia, le preguntaba y cedía a la tentación de dar ella misma las respuestas, previsibles, por otra parte.
Yo? Bien! contestó, y arrugó el papelito que todavía sostenía , trabajosamente , en una mano.

¿METAFORA?

Era casi verano. El sol de la siesta caía a pleno y a plomo sobre el patio, cuyo techo que ahora es realidad, por aquel entonces era discusión, por la falta de recursos y el miedo a escamotearle luz a los juegos y a las aulas. Yo salía al recreo desde la dirección, convocada por el timbre y por los sonidos, (voces, música que intentaba ofrecer alternativas a los empujones y a las corridas), y me sumaba a la vorágine que duraba diez minutos de reloj, cien de los otros.
Intentábamos, con las maestras una charla “a los saltos”, mientras caminábamos, nombrábamos, escuchábamos reclamos insoslayables, controlábamos los baños que se convertían en espacio atractivo para las escondidas conflictivas y por si eso fuera poco, pretendíamos mantener el equilibrio que pondría a salvo nuestra humanidad, entre carreras veloces, que humedecían los cabellos, abrillantaban las miradas oscuras y teñían de rojo los “cachetes” de los chicos.
Todo eso que resultaba tan complicado para cualquier persona ajena a ese ámbito, era para nosotras, maestras de una escuela pública de una barriada popular, la evidencia tangible de que nuestros nenes, estaban sanos, y que a la hora del juego no sabían de pobreza, ni de abandonos familiares, ni de “trayectoria escolares frustradas”, y nos daban señales de que eran competentes para la alegría.
Resulta inevitable que en ese contexto, el silencio y la inmovilidad alerten, por eso. cuando vi a uno de segundo, sentado, solo , con la cabeza baja , apoyado en contra de la pared de una de las galerías , me le acerqué y le dije _Qué te pasa? ¿Por que no jugás?
Levantó los ojos y contesto_ Porque tengo el cuerpo lleno de lástima. Todavía me acuerdo que me contó acerca de una abuela muerta unos días atrás, pero sé que yo, que ando en permanentes encuentros y desencuentros con las palabras que a veces me sobran y otras tantas me faltan, tuve la certeza de que nunca, nadie, había definido la tristeza con esa contundencia. Él estaba descubriendo que no hay dolor en el alma, que la pena se siente en el estómago, pesa en los brazos y duele en los ojos. Todavía puedo verme acariciándole la cabeza y diciéndole lo que sé a fuerza de pura vida _ Ya se te va a pasar, y agregué_ Alguna vez me vas a prestar esto para un cuento.
Ana Maria Elia
Octubre de 2008

miércoles, 2 de julio de 2008

Aqui estamos
contradictorios y urgentes
en el debate íntimo, diario
que alimenta y desangra
en la esencial paradoja de la vida.
Estamos,
repetidos e inaugurados
milagrosamente.
atravesados por reiteraciones
y asombrados siempre,
Estamos
a modo de antítesis,
estamos.

jueves, 3 de enero de 2008

SIN ABUELA

Sin abuela
Todo escritor/a que se precie ha escrito algo sobre sus abuelos. Rebusco en mi memoria Mala suerte la mía! Una abuela argentina, apenas hija de inmigrantes.
Nada de gloria , ni de penosa travesía transoceánica. La pucha! Mi abuela Ana. ¿Qué decir? Me heredó el nombre, algo acuoso en la mirada, la estatura escasa y una tenacidad que no sé si le sirvió de mucho, y a mí, no sé de cuánto.
Me cansé de pensar. Me saco los anteojos, miro por la ventana. No había hermanos olvidados en países extraños, en la historia de mi abuela. Las que tenía habian enriquecido merced a matrimonios convenientes y andaban por ahí.
Cuando se volvía nostalgiosa era porque sí nomás. No porque extrañara su adolescencia arrastrando sacos de maíz que atravesaban de modo raro su entrepierna. -Tengo “pecundria”- decía para explicar esa rara mezcla de melancolía y añoranza que suele asaltarnos la palabra extraída de no sé que dialecto-piamontés ,me sonaba a pájaro. De vez en cuando digo “estoy pecundriosa”y entonces vuelvo a su fantástica serenidad de mujer hermosa, madre ya de siete hijas, cuando los 24 años le alborotaban la sangre, pero...ni se le ocurría!, a ver si venía otra chinita. De cansada, le puso un solo nombre a cada una, eso sí, sonoros, Romilda y Angelita eran las “finaditas”.No se le ensombrecía la voz cuando las nombraba, hacía memoria desde una alegría que vencía a la viruela negra que les birló la vida.
-Che, no me contaba historias fantásticas, mi abuela. Sólo una, o mejor dicho un solo personaje , atravesaba sus cuentos:Guillermo, medio tonto, andaba de enredo en enredo. Años más tarde lo descubrí pariente de Epaminondas, un clásico anónimo un poco más pintoresco .Pero cuando la escuchaba, sentada en la “trapunta” que había enclavado en medio de la cocina brillante, se me abrían los ojos y olvidaba, de a poquito, la tristeza por el “abandono” de mis padres, que nos habían dejado a su cuidado para ir al baile en la Sociedad Italiana.
Ella contaba que le contaban...
Y se le escapaba la mirada. Entonces era joven y estaba vestida de sábado _cómo lo quería! Pero él sería repudiado en la ronda de ojos claros de su casa.
_Ana. Dónde estás?-la voz sonaba lejana, pero bastaba para que el beso furtivo fuera más urgente y a la carne se le sumaran temblores.
No vivió guerras, mi abuela. ¿De dónde le vendría ,entonces, la preocupación por la comida? El hambre ancestral? Quizás._Estás flaca como una saraca, y encima, negra_ decía cada enero, cuando mis concienzudas exposiciones al sol , me daban un tono ,que a mí me parecía caribeño y a ella le avivaba la animosidad contra los “morochos”.
Con él había despuntado el amor. Había desafiado en siestas breves la furia de los padres inmigrantes y por una cuestión más de tiempos que de ganas, sólo le entregó el alma.
Cuando lo encontró con la otra, se le volvió la mirada torva y el gesto amargo, sólo el tiempo necesario para aprender que “los hombres no esperan”(era su muletilla) y que había acuñado odio hacia los criollos.
Las otras traiciones le vendrían más tarde, cuando la resignación se le iba por la voz serena de los secretos dichos en piamontés.
Ni soledad vivió , mi abuela. Enviudó joven, es cierto, pero cada tarde de su vida la rodeó de hijas, yernos, nietos, sobrinas, propios y postizos, que elegían la serena y ampkia sencillez de su casa impecable para contarse historias y festejar cumpleaños y Navidades . Ella se mecía en el sillón que me disputó y ganó el mayor de mis primos, y tejía medias con cuatro agujas, en un concierto de movimientos que me hipnotizaba y que nunca pude repetir a pesar de mis intentos.
Se murió de vieja. A los noventa, creyendo que tenía ochenta._Menos mal que no “vachilo” (¿vacilo?)-decía-refiriéndose a que estaba lúcida, y mirándome me decía _¿Cómo está , señora? ¿Ya comió?
¿De qué me río? No es buen material para un cuento, mi abuela. Si al final...no tenía más que un patio grande, con jagüel y un sauce y nos cocinaba palominos en verano.
Ana. septiembre de 2002