Esta tarde



Hay tardes así.
Me urge terminar una pàgina
pero me distrae una hormiga
errante y salida de cauce,
¿raro, no? ,
que trepa por el filo, justo, de mi ventana

viernes, 17 de octubre de 2008

De hipocampos y bichos caseros

De hipocampos y bichos caseros

Se estaba replanteando todo. Habría que determinar que es todo, refunfuñó por lo bajo. En realidad en lo que pensaba, a nivel de análisis casero y exento de pretensiones, era qué carajo le pasaba con ese asunto de su permanente disponibilidad en cuestiones de amor. No se malentienda, no quiere decir esto que estuviera siempre abierta a proposiciones de ningún tipo, de hombres ni de honestidades, que por otro lado no sobraban (ja!) para nada, al contrario, era tirando a hipocampo, (ya se ocuparía de remozar su conocimiento acerca del mentado bicho ), al modo, siguió pensando, de los que eran fieles hasta la estupidez.
Cuando quería, quería, así, sin medir consecuencias, hasta que las consecuencias se le hacían arrugas en las comisuras de los labios o se emberretinaban en lágrimas que le daban más bronca que alivio. Como ese día había llorado era el momento de la introspección, en términos antiguos, o el inside para decirlo de manera más acorde con el lenguaje que la asaltaba desde los medios capitalinos, tan propensos a relojearse apenas, y en el mejor de los casos. Retomando, pensemos, se dijo; y decidió enunciar una serie de preguntas y para escapar a la tentación de no contestarlas, tomo birome, un trozo de papel chiquito, no fuera cosa que se le ocurrieran demasiados interrogantes, y a la orilla de un mate que se enfriaba casi con solemnidad, como la situación lo requería, las anotó, pergeñando un test doméstico y encima pueblerino, que se empeñaría en redactar en tercera persona, como si no le estuviera destinado:
Cuántos hombres tuvo en su vida?
Enumere tres causas por las que se enojó frecuentemente con cada uno.
Haga un listado de las cosas que hizo para agradarles.
Repita, pero con las cosas que ellos hicieron para agradarle.
Qué le sugiere la palabra concesiones?

Las lágrimas no le dejaban ver el papelito que no dejó, cuando escuchó el teléfono. Se levantó apurada, tropezó y casi se cae, sin encender la luz del dormitorio, descolgó a tientas, mientras se sentaba sobre la cama masajeándose el tobillo, que daba cuenta de sus impulsos, dijo “hola” y dejó los anteojos que traía en una mano, sobre la mesa de luz, que estas haciendo? le dijo Maru , amiga del alma , un test , le contestó , del otro lado sonó la voz divertida, de inteligencia? , hizo una pausa, no, de boludez , y qué tal el resultado? , se apoyó sobre los almohadones, descalzándose para recostarse, vos sabes que soy una tipa inteligente así que el resultado está cantado, se rió y se dispuso a seguir una charla que sabía prolongada.
Anduve a mil, le decía la amiga, al final Santiago viajó por lo de la venta de aquel terreno de Río de los Sauces, y vos sabes lo quisquilloso que es con la ropa que quiere llevar, y ya se que lo tengo mal acostumbrado y todas esas cosas que me decís siempre, pero para cuando di en la tecla con las corbatas y las camisas estaba extenuada. Mientras abordaba la trabajosa rutina de encender un cigarrillo sosteniendo el tubo con la cabeza y el hombro, y sin soltar el trozo de papel, pensaba en el marido de la amiga, que había envejecido conservando la barba de siempre y arrastrando una fama de don Juan, que mantuvo a fuerza de bajar sus aspiraciones en función de mujeres, de las otras no tuvo nunca. Además, seguía Maru, quise aprovechar para hacerme tintura, cada vez me resulta más difícil un lugar para eso en la semana, cuando salgo de la empresa ya no tengo ganas y menos tiempo. Esa andanada verborrágica e ininterrumpida, le ahorraba el esfuerzo de acotar y le daba tiempo para recordar a una adolescente creativa y lúcida que proclamaba un destino de pintora mientras ensayaba retratos en carbonilla del chico del instituto de la Colon, el de barbita, viste?
Ayer llamo Sebastián, seguía con la voz engañosamente fresca y el discurso acelerado, viene el viernes, con los chicos, la madre rinde así que quieren dejarla tranquila .Encontré una vieja receta de merengues flotantes, y tendré que hacerle una torta de hojaldre a Santi que llegará rendido, y vos? Pregunto como si de pronto se acordara de su presencia al otro lado del teléfono, Cómo estás? Te envidio, no tendrás la casa llena el fin de semana, ya sé vas a salir un poco. Le causó gracia, le preguntaba y cedía a la tentación de dar ella misma las respuestas, previsibles, por otra parte.
Yo? Bien! contestó, y arrugó el papelito que todavía sostenía , trabajosamente , en una mano.

¿METAFORA?

Era casi verano. El sol de la siesta caía a pleno y a plomo sobre el patio, cuyo techo que ahora es realidad, por aquel entonces era discusión, por la falta de recursos y el miedo a escamotearle luz a los juegos y a las aulas. Yo salía al recreo desde la dirección, convocada por el timbre y por los sonidos, (voces, música que intentaba ofrecer alternativas a los empujones y a las corridas), y me sumaba a la vorágine que duraba diez minutos de reloj, cien de los otros.
Intentábamos, con las maestras una charla “a los saltos”, mientras caminábamos, nombrábamos, escuchábamos reclamos insoslayables, controlábamos los baños que se convertían en espacio atractivo para las escondidas conflictivas y por si eso fuera poco, pretendíamos mantener el equilibrio que pondría a salvo nuestra humanidad, entre carreras veloces, que humedecían los cabellos, abrillantaban las miradas oscuras y teñían de rojo los “cachetes” de los chicos.
Todo eso que resultaba tan complicado para cualquier persona ajena a ese ámbito, era para nosotras, maestras de una escuela pública de una barriada popular, la evidencia tangible de que nuestros nenes, estaban sanos, y que a la hora del juego no sabían de pobreza, ni de abandonos familiares, ni de “trayectoria escolares frustradas”, y nos daban señales de que eran competentes para la alegría.
Resulta inevitable que en ese contexto, el silencio y la inmovilidad alerten, por eso. cuando vi a uno de segundo, sentado, solo , con la cabeza baja , apoyado en contra de la pared de una de las galerías , me le acerqué y le dije _Qué te pasa? ¿Por que no jugás?
Levantó los ojos y contesto_ Porque tengo el cuerpo lleno de lástima. Todavía me acuerdo que me contó acerca de una abuela muerta unos días atrás, pero sé que yo, que ando en permanentes encuentros y desencuentros con las palabras que a veces me sobran y otras tantas me faltan, tuve la certeza de que nunca, nadie, había definido la tristeza con esa contundencia. Él estaba descubriendo que no hay dolor en el alma, que la pena se siente en el estómago, pesa en los brazos y duele en los ojos. Todavía puedo verme acariciándole la cabeza y diciéndole lo que sé a fuerza de pura vida _ Ya se te va a pasar, y agregué_ Alguna vez me vas a prestar esto para un cuento.
Ana Maria Elia
Octubre de 2008